Casa 'Leopoldo Lugones' de la SADE en Buenos Aires

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martes, 22 de septiembre de 2015

SIGUE MURIENDO UNA ESTIRPE

Con el nacimiento de la Primavera en Argentina llegó la noticia de la muerte de Carmen Balcells en Barcelona. Mítica agente literaria, Balcells fue una de las artífices del boom que en los años sesenta y setenta lanzó a la fama a toda una generación de nuevos autores latinoamericanos. Representó entre otros a Gabriel García Márquez y a Mario Vargas Llosa, y luchó para que se dedicaran en exclusiva a la literatura, igual que ocurrió con otra de las estrellas de su agencia, Ana María Matute, a quien rescató de la depresión para que escribiera Olvidado Rey Gudú.

Nacida en Santa Fe de Segarra (Lleida) en 1930, en el seno de una familia modesta, en los años cincuenta comenzó a representar en Barcelona a la agencia literaria ACER, propiedad del escritor rumano Vintila Horia, cuya cartera de clientes heredó cuando Horia logró el Premio Goncourt. Su limitación con los idiomas —no leía en inglés— le obligó, en cierto modo, a centrarse en los autores en lengua española: desde Luis Goytisolo, su primer representado, a una lista extensísima que incluye a nombres como Vicente Aleixandre, Camilo José Cela, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Pablo Neruda o Juan Carlos Onetti.

Tuvo estrecho contacto con los editores que inauguraban sus sellos en los sesenta, como Anagrama, Lumen, Seix Barral o Tusquets, ante quienes Balcells reinventó los contratos editoriales en España e Hispanoamérica, eliminando cláusulas abusivas como la cesión vitalicia de derechos, e incorporando cesiones limitadas por adaptaciones. Jubilada en 2000, ocho años más tarde regresó al trabajo debido a la pérdida de autores importantes por parte de su agencia.

Carmen Balcells no escribió ni editó, pero obtuvo numerosos reconocimientos a su trabajo: la Medalla de Honor de Barcelona (1997), la Medalla al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Barcelona (2000), la Medalla de Oro de Bellas Artes (2000), el doctorado honoris causa por la Universidad Autónoma de Barcelona (2005), la Cruz de San Jordi (2006) y el Premio Montblanc Mujer (2006).

Gabriel García Márquez, Jorge Edward, Mario Vargas Llosa, 
Carmen Balcells y José Donoso, en 1974.
Dicen algunos que Carmen ha sido la última de su estirpe, así como parece extinguirse el linaje de las editoriales que fueron promotoras de la identidad, la diversidad y el profundo debate intercultural. 

Advierten otros que muchos escritores sólidos alcanzaron universalidad mostrando su aldea, y en cambio la globalidad económica acuña autores que afectan universalidad ante lectores aldeanos, en el sentido de la indefensión y el empobrecimiento de sus horizontes. 

Parece imperar la abolición de los matices y el estereotipo como cánon, y se persigue la impresión a escala industrial de libros que 'viajen bien', es decir, que ofrezcan una escritura chata -o aplanada-, en correlato con la (de)formación de un lector liso y llano, de manera que el negocio global funcione en cualquier latitud. "Hay que generar más escritores trabajables" coincidían hace poco en un debate algunos de estos editores 'corporativos'. 

¿Cómo funciona el 'negocio de la Literatura'? ¿Los editores son un medio para que el autor escriba, el lector lea y ganen los tres?  ¿Autores y lectores son el medio para que las editoriales ganen empobreciendo a los otros dos? ¿Hasta qué punto este debate es literario, y hasta dónde la verdadera Literatura puede sobrevivir a las mezquinas arbitrariedades del mercado global? ¿Valen como alternativa las autoediciones en papel o electrónicas, los sellos artesanales con tiradas mínimas, y los blogs, muros y redes sociales, a veces tan adolescentes de sustento crítico y cuidado profesional?

Más solo que nunca y tan obligado como siempre, cada escritor tiene que encararse con su propia ética y con su propia estética y, como pide Abelardo Castillo, aprender a corregir, que es el permanente proceso de rectificación de uno mismo. 


Todos tenemos herramientas más o menos parecidas: hay que decidir hasta cuándo vamos a pulirlas y calibrarlas, y al servicio de qué pondremos nuestras obras.  

El resto es ficción. Vale decir: números.



Edgardo Ariel Epherra
Escritor
(fuente de datos: Estandarte.com)

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